Abstraído del incesante trasiego de pasajeros
y tendido en el incómodo suelo del aeropuerto, con la cabeza recostada sobre las
piernas de su chico, repasaba con atención la lista que en una vieja libreta
había elaborado sobre los lugares más interesantes para ver durante su visita,
mientras esperaban el momento de embarcar.
Estaba nervioso. Cada vez veía más cerca el
momento de cumplir uno de sus sueños. Un sueño que incluía mar, trenes,
desnudos, caricias, lluvia, canales…
Pero su historia no empezaba ahí, su sueño no
empezaba entonces, sino meses antes con una conversación muy especial y aquella
frase: “nunca sabes donde puedes terminar, o empezar”. Momento en el cual
“dejarse llevar” le sonó demasiado bien y justo entonces comenzó todo aquello.
En realidad ese sueño lo tenía desde hacía
años y ahora, en esa ciudad, sólo deseaba poder cumplirlo. Lo había imaginado
miles de veces, fantaseando en solitario con cómo sería. Muchas veces dio por
hecho que sería un momento cualquiera, que no sería como tantas veces había
soñado, que nunca encontraría a la persona idónea para realizarlo pero,
finalmente, la ficción de su mente se vio superada por la realidad.
Lleno de impaciencia tomó de la mano a su
chico y corrieron hacia el canal. Ya frente a la balaustrada sacó de su
mochila su teléfono móvil, conectó los auriculares y compartió uno de ellos con
el responsable de que estuviese allí. Le dio al “play”.
La lluvia los empapaba pero era algo que no
importaba, también formaba parte de su sueño. Y abrazados, con sus frentes
unidas, observaban como los viandantes corrían a resguardarse del chaparrón
mientras todo a su alrededor se quedaba totalmente vacío. ¡Están locos!,
pensarían los turistas.
Y entonces, sellando sus labios con pequeños
besos, trazaron la frontera entre siempre o jamás mientras no paraba de llover sobre
el canal ¡Era la canción! ¡Estaba viviendo “su” canción! ¡Estaba viviendo ese
momento que siempre había soñado vivir! Y no podía dejar de pensar en ello. Ese
momento se volvió eterno y los acordes del tema sólo se veían interrumpidos por
el ruido de la lluvia cayendo en aquella corriente de agua que llevaba hasta el
mar.
Su sueño tan sólo duró 5 minutos y unos
cuantos segundos. Quizá sea poco tiempo, pero era lo que tenía que durar
exactamente para que aquel momento estuviese por siempre en sus mejores recuerdos.
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"Copenhague" Vetusta Morla
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