“Lo siento, pero no puedo aguantar más. Ya no
te quiero. Mañana, cuando estés en el trabajo vendré a por mis cosas”
rezaba la escueta nota que descansaba sobre tu lado de la almohada aquel
amanecer.
Siempre
he intentado buscar alguna razón para intentar explicar el por qué de las
cosas, por qué me suceden a mi, por qué me suceden con una determinada persona,
por qué de esa manera y no de otra, por qué en ese instante.
Es
posible que me aterrorice pensar que nuestra vida no depende más que del karma
o del azar y por ese motivo caiga en el error de intentar buscar una
explicación, por absurda que sea, a todo lo que me sucede.
Realmente
no sé cuál fue el provecho que intentaste sacar de mi, si quizá te serví para
ordenar tu desordenada cabeza y aclarar tus ideas. Imagino que no hubo ningún
motivo para estar juntos, pero me abandoné a la ilusión de encontrarlo algún
día.
Una vez me dijeron que es muy probable que un “te odio” sea el último “te quiero” que le dices a una persona. Quiero que sepas que te odio.
Cuenta la leyenda que ya nunca compartiremos
amaneceres sobre el mismo lecho, que tus labios jamás volverán a morder los
míos, que ya no podremos declararnos la guerra en el ascensor para más tarde
firmar armisticios en la cama.
Los maledicentes comentan que no volveré a
reírme de tus palabras mal dichas, ni tú lo harás de mi manía de dormir siempre
en pijama. Que no volverás a recibirme en aquella fría estación de autobuses,
que no podremos volver a dormir fugaces siestas abrazados y que ya no comeremos
como auténticas bestias en el buffet oriental de aquél centro comercial.
También dicen que ya no recibiré tus mensajes
cariñosos de buenas noches ni compartiremos tardes de café en aquél romántico local
con velas en sus mesas y miles de antiguallas decorando sus paredes.
Tampoco podré disfrutar de esos pelos casi
siempre despeinados, de ese caminar titubeante, de tu maldito olor a ese perfume
que tanto me gustaba, de esa sonrisa que siempre llevabas y de ese no sé qué, que
me hacía estar a gusto, como si te conociese de toda la vida y que hacía que cualquier problema disminuyese
en importancia.
Y sí, es cierto, PUDIMOS SER ETERNOS pero fuimos
efímeros en el tiempo. Sólo logramos escribir y ser protagonistas de un cuento breve.
Pero lo que nadie nunca podrá impedirme es que será un cuento que leeré mil
veces…
-¿Sabes? Siempre he pensado que todo el mundo sueña
en el fondo con ser la oveja negra del rebaño, con salirse un poco del redil aunque
sea de vez en cuando
-¡Anda ya! Pues… yo no
-¿Por qué no? Pero si la oveja negra es la diferente,
la única… ¡es la mejor!
-Pero es que yo soy normal, siempre me he considerado
tremendamente normal
-¿Prefieres entonces ser la oveja más blanca, la más
bonita, la que más lana da? Eso es un coñazo, un auténtico aburrimiento
-Que va, simplemente quiero ser una oveja más. No
destacar demasiado, pasar desapercibido ¿qué diablos tiene de malo?
-Joder, no sé, eso me parece más aburrido aún. Yo que
sé, si no quieres ser la negra bajo ningún concepto… lo mejor sería intentar
ser la mejor de entre las blancas
-¡Que no! De verdad, no insistas. Gracias, pero no
-Pero ¿¡Por qué!?
-Porque la mejor de las ovejas… siempre acaba
trasquilada
Abstraído del incesante trasiego de pasajeros
y tendido en el incómodo suelo del aeropuerto, con la cabeza recostada sobre las
piernas de su chico, repasaba con atención la lista que en una vieja libreta
había elaborado sobre los lugares más interesantes para ver durante su visita,
mientras esperaban el momento de embarcar.
Estaba nervioso. Cada vez veía más cerca el
momento de cumplir uno de sus sueños. Un sueño que incluía mar, trenes,
desnudos, caricias, lluvia, canales…
Pero su historia no empezaba ahí, su sueño no
empezaba entonces, sino meses antes con una conversación muy especial y aquella
frase: “nunca sabes donde puedes terminar, o empezar”. Momento en el cual
“dejarse llevar” le sonó demasiado bien y justo entonces comenzó todo aquello.
En realidad ese sueño lo tenía desde hacía
años y ahora, en esa ciudad, sólo deseaba poder cumplirlo. Lo había imaginado
miles de veces, fantaseando en solitario con cómo sería. Muchas veces dio por
hecho que sería un momento cualquiera, que no sería como tantas veces había
soñado, que nunca encontraría a la persona idónea para realizarlo pero,
finalmente, la ficción de su mente se vio superada por la realidad.
Lleno de impaciencia tomó de la mano a su
chico y corrieron hacia el canal. Ya frente a la balaustrada sacó de su
mochila su teléfono móvil, conectó los auriculares y compartió uno de ellos con
el responsable de que estuviese allí. Le dio al “play”.
La lluvia los empapaba pero era algo que no
importaba, también formaba parte de su sueño. Y abrazados, con sus frentes
unidas, observaban como los viandantes corrían a resguardarse del chaparrón
mientras todo a su alrededor se quedaba totalmente vacío. ¡Están locos!,
pensarían los turistas.
Y entonces, sellando sus labios con pequeños
besos, trazaron la frontera entre siempre o jamás mientras no paraba de llover sobre
el canal ¡Era la canción! ¡Estaba viviendo “su” canción! ¡Estaba viviendo ese
momento que siempre había soñado vivir! Y no podía dejar de pensar en ello. Ese
momento se volvió eterno y los acordes del tema sólo se veían interrumpidos por
el ruido de la lluvia cayendo en aquella corriente de agua que llevaba hasta el
mar.
Su sueño tan sólo duró 5 minutos y unos
cuantos segundos. Quizá sea poco tiempo, pero era lo que tenía que durar
exactamente para que aquel momento estuviese por siempre en sus mejores recuerdos.
Con la única compañía que le
ofrecía su premeditada soledad y su desgastada mochila de cuero se decidió a
encarar la cuesta arriba con el propósito de llegar a la elevada cima en busca
de su destino, de sus sueños y anhelos.
Pero pronto vio que su caminar
iba a ser más complicado de lo que en principio había imaginado. En su mochila,
aparentemente ligera, había guardado su ilusión por ciertas cosas. También
guardaba en ella todos aquellos libros que comenzó a leer pero no acabó y dejó
para “otro día”; todos aquellos propósitos que se hacía al comienzo de cada
nuevo año y que rápidamente caían en el olvido.
Poco a poco su mochila se
había ido llenando de multitud de cosas tales como todos los proyectos que en
su momento quiso llevar a cabo y acabó abandonando; todas las cosas que tenía
que decir pero nunca se atrevía; todos los besos que nunca tuvo el valor de
dar; todos los “te quiero” que no tuvo el valor de expresar; todos los viajes
que nunca se decidió a emprender…
Su desilusión, su falta de voluntad y determinación, su cobardía y el
simple hecho de que el peso de su mochila era cada vez mayor, lo que le suponía
un mayor esfuerzo para continuar ascendiendo, hicieron que fuese dejando todas esas cosas
para “otro día”.
Acabó pesándole tanto que
continuar caminando hacia su meta se había convertido en una ardua tarea, pero
no podía deshacerse de todas esas cosas si no las terminaba porque eran
fundamentales para poder tener acceso a sus sueños.
Finalmente, preso del
agotamiento y dándose por vencido, volvió una vez más a abandonarlo todo y
jamás pudo terminar aquella cuesta, quedándose a mitad del camino de su
destino, en un lugar llamado fracaso.