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viernes, 17 de mayo de 2013


Abstraído del incesante trasiego de pasajeros y tendido en el incómodo suelo del aeropuerto, con la cabeza recostada sobre las piernas de su chico, repasaba con atención la lista que en una vieja libreta había elaborado sobre los lugares más interesantes para ver durante su visita, mientras esperaban el momento de embarcar.

Estaba nervioso. Cada vez veía más cerca el momento de cumplir uno de sus sueños. Un sueño que incluía mar, trenes, desnudos, caricias, lluvia, canales…

Pero su historia no empezaba ahí, su sueño no empezaba entonces, sino meses antes con una conversación muy especial y aquella frase: “nunca sabes donde puedes terminar, o empezar”. Momento en el cual “dejarse llevar” le sonó demasiado bien y justo entonces comenzó todo aquello.

En realidad ese sueño lo tenía desde hacía años y ahora, en esa ciudad, sólo deseaba poder cumplirlo. Lo había imaginado miles de veces, fantaseando en solitario con cómo sería. Muchas veces dio por hecho que sería un momento cualquiera, que no sería como tantas veces había soñado, que nunca encontraría a la persona idónea para realizarlo pero, finalmente, la ficción de su mente se vio superada por la realidad.

Lleno de impaciencia tomó de la mano a su chico y corrieron hacia el canal. Ya frente a la balaustrada sacó de su mochila su teléfono móvil, conectó los auriculares y compartió uno de ellos con el responsable de que estuviese allí. Le dio al “play”.

La lluvia los empapaba pero era algo que no importaba, también formaba parte de su sueño. Y abrazados, con sus frentes unidas, observaban como los viandantes corrían a resguardarse del chaparrón mientras todo a su alrededor se quedaba totalmente vacío. ¡Están locos!, pensarían los turistas.

Y entonces, sellando sus labios con pequeños besos, trazaron la frontera entre siempre o jamás mientras no paraba de llover sobre el canal ¡Era la canción! ¡Estaba viviendo “su” canción! ¡Estaba viviendo ese momento que siempre había soñado vivir! Y no podía dejar de pensar en ello. Ese momento se volvió eterno y los acordes del tema sólo se veían interrumpidos por el ruido de la lluvia cayendo en aquella corriente de agua que llevaba hasta el mar.

Su sueño tan sólo duró 5 minutos y unos cuantos segundos. Quizá sea poco tiempo, pero era lo que tenía que durar exactamente para que aquel momento estuviese por siempre en sus mejores recuerdos.  

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"Copenhague" Vetusta Morla


miércoles, 1 de mayo de 2013


Con la única compañía que le ofrecía su premeditada soledad y su desgastada mochila de cuero se decidió a encarar la cuesta arriba con el propósito de llegar a la elevada cima en busca de su destino, de sus sueños y anhelos.

Pero pronto vio que su caminar iba a ser más complicado de lo que en principio había imaginado. En su mochila, aparentemente ligera, había guardado su ilusión por ciertas cosas. También guardaba en ella todos aquellos libros que comenzó a leer pero no acabó y dejó para “otro día”; todos aquellos propósitos que se hacía al comienzo de cada nuevo año y que rápidamente caían en el olvido.

Poco a poco su mochila se había ido llenando de multitud de cosas tales como todos los proyectos que en su momento quiso llevar a cabo y acabó abandonando; todas las cosas que tenía que decir pero nunca se atrevía; todos los besos que nunca tuvo el valor de dar; todos los “te quiero” que no tuvo el valor de expresar; todos los viajes que nunca se decidió a emprender…

Su desilusión, su falta de voluntad y determinación, su cobardía y el simple hecho de que el peso de su mochila era cada vez mayor, lo que le suponía un mayor esfuerzo para continuar ascendiendo, hicieron que fuese dejando todas esas cosas para “otro día”.

Acabó pesándole tanto que continuar caminando hacia su meta se había convertido en una ardua tarea, pero no podía deshacerse de todas esas cosas si no las terminaba porque eran fundamentales para poder tener acceso a sus sueños.

Finalmente, preso del agotamiento y dándose por vencido, volvió una vez más a abandonarlo todo y jamás pudo terminar aquella cuesta, quedándose a mitad del camino de su destino, en un lugar llamado fracaso.